DIVERSOS
26. TERTULIA POÉTICA DEL
CAFÉ LICEO GUADALAJARA julio 2014
SILVIA
(Paulino Aparicio)
Era la “guía local”. No
sabía cómo se llamaba (luego me dijeron que Silví). Si la menciono como Silvia
es por dejar sellado lo que de cercanía encontré en afectos comunes: la tierra
y los tejados de una ciudad, el latir de sus ojos, esa atadura tierna del
espacio aprendido; más ella que yo (eso pensé y sigo pensando).
Era muy flaca. Mostraba un
castellano teñido a gotas. La miré, tenía
–me parece ahora no entonces, en que yo soñaba con llegar al hotel para
dejar el día en el desolladero–, un gesto de no marchar apresurada. Podría emparentar
eso que es tan difuso probablemente, con un adagio. Omito nombres, sólo la
lentitud de la música escuchada en
invierno… Quizá el paisaje de Suiza tenga que ver con esta percepción. Durante el viaje miré rostros
parecidos o quise encontrarlos. La cantidad de lluvia o el sol que habilita el puro gesto, son su sustancia. El
alma copia tanto de lo que a su lado camina…
En un momento hablamos, era el trayecto de después de la
comida, solos en una calle de Chamonix a la que no consigo poner estampas,
camino del autocar, esperando que llegase alguien que, quién sabe, igual se
había retrasado a propósito. Nada extraordinario, ocurre en todos los tour.
Luego la guía visitante regaña un poco y vamos a cenar.
—¿De qué parte de España?- preguntó
—De Guadalajara -dije
No suelen hacerlo las “guías locales”, y tampoco las
visitantes; las que nos levantan tan a la mañana.
Habló de Sigüenza con tanta ternura que me pareció que la
tocaba. Una infancia de veranos que en un instante viajan… Conozco esa delicia
de que un olor, un nombre, te saquen media vida de algún pozo sellado: el
silencio de la harina cuando acudía al horno de las travesañas, y el fuego
de leña ponía en la masa cortezas
calientes y una fragancia fugitiva... “Amor entre los brazos de un verano”.
«Me llamaban la sueca.»
No es rubia. Tiene la cara dócil. Su castellano enseña amor y regañinas
de una abuela que vivía en Sigüenza.
Veranos atrás, sólo unas calles de tiempo: niña entre la
plaza porticada. El castillo maltrecho que luego sería parador al borde del pinar.
Una calle donde ponen la fruta y hay comercios de telas. La pastelería que da a
la alameda: pezuñas y yemas envueltas en un papel que tiene sigilo de convento.
El Florida, donde una noche canto Julio Iglesias en la prehistoria de su fama…
¡Sigüenza! Color dorado con la catedral-fortaleza
saliendo de una curva según se viene por la cuesta de Mandayona.
No sé por qué caminos rodó el agua de la “ciudad mitrada”
hasta Suiza, ni por qué otros, hoy, después de bajar del Aiguille du Midi, hable con la guía local
de cosas que los dos queremos en un lugar tan lejano a donde se encuentran.
Cuando llegamos a Ginebra se despidió. La vi bajar de
autocar y perderse en la calle. Es
probable que uno de los saludos que dejó su mano fuera para Sigüenza.
NOTA: Viene este texto que ni pintiparado para estas
fechas de turbamulta, a la búsqueda y captura de lugares donde asentar nuestras
cabezas. La Tertulia de este último día de julio vale como un ejemplo de los
prolegómenos de las vacaciones por excelencia. El encuentro con los poetas no
echa el cierre por vacaciones aunque vea mermado el número de sus asistentes.
PAULINO
APARICIO
Hay como una carne trémula de caracol pegado
en un cristal,
ocurre todo en las arboledas de una luz que
abre sus brazos.
La tierra todavía está mordida por lo negro y
los pies desconfían,
luego la transición es constante. Palpa el
rastrojo
un liviano murmullo rojizo que parece
sobrenatural.
Todavía las luces y las sombras persiguen el
destartalado encuentro.
Los caminos yerguen su estatura.
Una encina
parece totalmente lavada;
he tocado sus hojas de caballo dormido.
Por la
llanura se ve Villaflores.
El palomar tiene la perfección redonda del
infinito;
siempre fui amigo incondicional de este
arquetipo.
De niño como juguete.
De mayor como ideal.
Ya se puede ver la hora en el reloj.
Son las seis y catorce minutos.
CARLOS
BERNAL
Vieja
Olma de Pareja
Los olmos
En tierras castellanas los arados
arañan la piel de arena reseca.
Olmos centenarios
acompañan a viejos olivares.
buscando nuevos horizontes.
La savia de ellos
corren por sus venas.
Tengo sed de tierras
y no puedo caminar por ellas
ni sentir el calor en las plantas.
Olmos de castilla
os admiro.
Vosotros sois la presencia fija
de las arrugadas tierras.
Olivares dais el fruto que pisaremos.
Rumbo
Siento el tren que pasa puntual
cada quince minutos, todas las noches, y madrugadas.
Con qué tristeza, en la alcoba me mira la marioneta
que me regalaste hace tiempo.
Mi corazón lo devora la carcoma,
Igual que las aguas del mar
desgastan las duras rocas.
Mis manos hechas para acariciar tu cuerpo
concavidades, parpados, rojos labios
y ardientes pechos.
Fecundo con sangre todos los amores
y rompo los lazos más antiguos
que me unían a ti,
que no supe habitar el tiempo.
Nueva no es mi tristeza
Soledades que me has dado sin yo pedirlas
lo que ahora soy lo he sido siempre.
Las arrugas que surcan mi faz
no son de llorar
son profundas ojeras de soñar.
ALBERTO VALERO
Sueños pintados
Pinté mi vida sencilla, de sueños
extraídos del aire y libertades
y el tiempo profano, los borraba.
Ciegos sueños preñados de deseos,
no eran todos, pensados, meditados,
por eso fueronse como vinieron,
ingrávidos, a pesar de que han sido,
tan pocos los intentos conseguidos
y tantos imposibles malogrados.
Los pocos son pintados de colores
de extractos de los hierros bien forjados,
que entramaran los sueños calculados,
con pinceles de cerdas de caballo.
Los muchos los borrados, fueran tonos
de tan solo un matiz imaginario,
solo fueron deseos mal pensados,
exentos de algún plan elaborado.
Mas los pocos, los buenos los logrados,
los abrazo, los gozo, vivo en ellos,
con celo los protejo en una caja
repujada en dibujos satisfechos.
Otros, los que no sé… donde quedaron,
estarán a la caja oscura del destierro.
JOSÉ LUIS GÓMEZ RECIO
Lejos, en la infancia
de Salgari,
los bucaneros
afilaban
sus ganchos de manco
al agüita de las
clepsidras.
En la fachada de mi
juventud,
los relojes de sol de
los cuerpos
jugaban idas y
venidas de yuntas
a beber al pilón de
piedra y baba.
Ahora, en la calma
veraniega,
es desierto fuera de
mis ojos.
Caen los granos de
arena
del reloj que marca
lo vivido.
Así pasan mis
recuerdos con puntillas
que buscan relato o
libro que escribir
y acaban en carpetas
de goma blanda que ya
no estira.
Yo, mercader de los
amores
que oreo y sacudo a
la vista de todos,
voy tirando por la
borda
los relojes que
cuentan la resta.
Si quieres conseguir números atrasados de los
fanzines, pídelos a Discopi, Cuesta del Matadero 17. 19001 Guadalajara
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