DIVERSOS
44. TERTULIA POÉTICA GUADALAJARA diciembre 2014
¡Qué buen vasallo si hubiere buen señor!
Los arquitectos no crean las ciudades, las
viviendas. O, al menos, no sólo ellos las crean.
El poeta no crea el poema. El poema, la poesía,
nace cuando alguien la lee, la asimila, la interpreta, la hace suya .La poesía,
la arquitectura, son solamente partituras que se hacen realidad cuando alguien
las convierte en música. La música de la ciudad la crean los ciudadanos. No
existen las ciudades sin ciudadanos, sin usuarios.
La poesía de la ciudad está incompleta cuando los
vecinos, los habitantes, no la leen, no la aman, no la cuidan, no la miman. Mis
recuerdos de las ciudades que he visitado están condicionados por las gentes
que habitaban en ellas. Las ciudades, Roma,
París, Madrid, Brujas, Zamora, Sevilla, León,
Guadalajara… las tengo en mi memoria asociadas a la forma de ser
de sus habitantes.
Hay ciudades acogedoras, ciudades agrias, o
hermosas o cálidas; ciudades que te
miman y que te animan a mimarlas.
Ciudades desangeladas y ciudades con ángel.
Ciudades feas, ciudades tristes.
Y todo es una suma de sensaciones entre las que
están como elemento primordial, qué duda cabe, sus arquitecturas, la belleza de
sus edificios, de sus calles, el recuerdo
bien cuidado de su propia historia, de sus señas de identidad, de su
personalidad. De la dignidad que ostentan en sus propias arrugas.
La arquitectura, el urbanismo, es un acto de amor.
Un acto de amor entre el continente y el
contenido, entre el material, piedra, madera, acero y el creador que le ha dado
forma para usarla después.
Hay ciudades que, tristemente, son un acto de
desamor.
Si una ciudad no se quiere a sí misma, está
condenada a morir o a continuar viviendo en la más terrible de las inaniciones. J.M.H.
Guadalajara tiene el
honor de haber sentenciado a muerte a Velázquez Bosco
PAULINO APARICIO
El
Palomar de Villaflores
Durante toda mi infancia fue un icono jubiloso. Quizá la escasez de las
ocasiones y su (reconocible para mí) imagen de juguete parado, acerquen o
consoliden esa apreciación nunca abandonada, porque siempre lo miro con los
ojos de toda mi vida, lo cual es tan cierto como resbaladizo. No sé de qué
cuaderno infantil, de qué tierra regada viene tu imagen, Palomar de Villaflores,
explicando sobre el páramo, muy cerca del camino trabajoso de la Galiana Mayor
―ahora poco trabajoso y poco visitado―,
entre la linde de las chaparras y el claro vientre de la siembra; una
proporción idealizada donde resultaría difícil añadir o quitar algo.
Había detrás (no es una fabulación. Siguen estando, cada vez más apesadumbrados y diluidos) edificios
principales que no percibí nunca del todo desde el coche de línea de Bachiller.
Y que siguen teniendo un protagonismo desenfocado ahora en esa recta larga, o
tira, porque las distancias son tiempo, y éste es distinto en cada época…
Niño yo, en viaje a Guadalajara «muy pocas veces, ya lo dije al
principio», miraba al palomar adelantado al caserío, imaginando que al cielo se
tenía que entrar por un sitio parecido, porque no sólo era la luz que le crecía
―a él y a mí―, sino una música haciéndose, o la pintura que extiende sus
primeras baldosas.
Nunca he dejado de pensar que en el Palomar de Villaflores hay claves de
perfección que anticipan lo que el hombre tiene de sublime y quizá de
justificable. La vida es sucesiva, y enfrentar un recuerdo viejo con el
presente deja espacios para la ficción. Quizá gracias a ese guión resbaladizo
pueda abrirse paso la poesía. Y sobre todo puede mirarse el cuadro de uno,
siempre pintándose, desde el blanco inicial al argumento; Es decir, al relato.
El otro día estuve por allí.
Quería acercarme, pero había vallas que lo impedían. El frenazo, el aterrizaje
brutal (el desastre) se ha llevado por delante mucha piel de la vida, de la que
duele y acobarda, también un proyecto que hubiera sido salvador, al menos en su
vertiente de recuperar el conjunto histórico. Encontré finalmente un hueco. De
cerca eres más rotundo, pero sigue existiendo la curvatura idealizada por la
perspectiva, quizá un ruido de peón de
música que nunca se parará. De vez en cuando pasa un tren: rápido, casi
sin ruido, brochazo apenas esbozado, latido virtual donde las cosas pasan en
una remota asimilación del presente, como sombras veloces. Algo mudable me ha
llevado a Borges sin determinar un texto, sólo su cosmovisión de signos: el
ramaje de los laberintos, esa narración hecha de mitología y calle, espejos,
puñales, signos matemáticos o cabalísticos donde la palabras exacta convive con
lo indefinido y movedizo... Después he pensado en uno de sus cuentos. No podía ser otro que el ALEPH. No ha sido
otro.
Restos del Palomar de Villaflores, perteneciente al
pueblo diseñado por Velázquez Bosco.
Hoy reducido al olvido de los dioses.
JOSE
LUIS GOMEZ RECIO
Hijos de
la gran chingada
Animales de bellota
farsantes pintores
violadores del diccionario
escultores de patada en pared
folladores basureros
esquiladores de belleza
pirómanos de puertas abatidas
Os escupo en la cara.
Gestores de mirada vacua
constructores de doblón y cuenta nueva
calentones de culo de sillón
esparcidores de subvenciones
expertos en mirar de lado
y exploradores de ombligos.
No os tengo envidia.
Desconfío de vosotros.
Devolvedme mis impuestos.
JORGE
MATO
Villaflores (A Ricardo Velázquez Bosco)
Esto, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora campos de soledad, mustio
collado,fueron un tiempo Itálica famosa. Rodrigo Caro, 1595
Lloran los tristes muros
su abandono.
Sobre el suave otero,
las encinas,
cantan un mudo réquiem
contemplando
tanta desolación.
Han huido, asustados,
los recuerdos
y se esconden los pájaros
que escuchan
la llegada terrible
de las hordas salvajes.
Solo cuando la noche
arropa con silencio el caserío,
las estrellas descienden,
entran por los tejados derruidos
y tratan,
con la suave caricia de su luz,
de iluminar el alma
a las que un día fueron
bellas arquitecturas
y hoy son ruinas inermes.
CARLOS BERNAL
Caminando
por Villaflores
Siento que no puede ser verdad lo que veo,
no puedo desconectar mis ojos
solo tristeza el verte, Villaflores.
Meditar en la vida que tuviste
y que soñabas,
ahora un gran silencio
aislado por una profunda soledad.
Son los
limites tu forastera destrucción
sin vislumbrar quien o quienes
puedan arreglar esta incultura
de manos bárbaras y lerdas.
Ahora nos toca gritar al mutismo
de quienes, haciendo oídos sordos, no ven ni
escuchan
este abandono.
ALBERTO VALERO
Oración por Villaflores
Qué difícil es no odiar,
cuando veo destrucción
aberrante, de lo que fue un paraje
de labores, recuerdos, Villaflores.
Bien hemos de limar odios,
pero no hay lima que pueda
con la sinrazón y tal salvajismo
inútil, estéril y desmedido.
¿Practicar la tolerancia?
¿pero cómo tolerar
la inútil inacción del que permite?.
Pasividad desde un pulcro despacho
se mira para otra parte
y se pierde el patrimonio,
no se recupera, ni se disfruta
los que vengan ya no lo verán nunca.
Maldigo de tanta ruina,
y al que no quiere evitarla.
Y al animal que goza, rompe y ríe.
y al vil hacedor de cálculos netos
mira solo el beneficio,
no ve la belleza rota,
y ni restaura ni cumplirá el trato,
“vigilar y guardar lo que no guarda”.
Y esta es mi oración dolida
por el patrimonio muerto,
el que se escombra, sucio y derrumbado
en las negras conciencias millonarias.
ANTONIO HERRERA CASADO
Volver a Villaflores
Uno
vuelve siempre a los espacios de su infancia. He vuelto ahora, muchos años
después, al Monte, a la Galiana, al poblado de Villaflores. Tenía un recuerdo
de primaveras tibias, de sombra bajo las hojas densas, de admiración por unos
edificios de ladrillo y piedra, solemnes y enormes, en los que habitaban gentes
trabajadoras y sencillas. Había gallinas, algún tractor, y niños. Según me dijo
alguien (y luego lo corroboré leyendo libros) aquello lo había mandado
construir una señora muy importante, medio francesa, dueña de todo aquello. Era
doña María Diega Desmaissières. Y lo había construido, hacía muchos años, un
arquitecto de Burgos, muy renombrado. Debía de ser verdad todo aquello, pero a
mí lo que más me gustaba era ver los trigos a lo lejos, y admirar el contraste
de la piedra caliza, tan bien puesta, con el ladrillo rojo, y oír el zureo de
las palomas que, a miles, entraban y salían de aquel palomar que me recordaba a
un observatorio astronómico americano que además también se llamaba Monte
Palomar. Qué tiempos. Volví hace poco, porque uno vuelve a la infancia siempre,
como el refugio último en el que se salva seguro, y vi algo que me dejó
trastornado.
El
poblado agrícola de Villaflores, en el término municipal de Guadalajara, ha
sido abandonado, y ha sido violentado, saqueado, destruido a conciencia,
pintados sus muros con letras enormes, carteles sin sentido, humeantes los
techos que, vencidas las vigas, han llegado al suelo, mezclados con sacos
viejos, arrugados botes de bebidas, cables sin principio ni fin, y ahora en el
otoño un manto –me pareció bondadoso- de hojas amarillentas y medio podridas
por las lluvias. ¿Cómo es posible que acaben así las cosas que fueron bellas y
que tuvieron vida? ¿Cómo es posible que sus propietarios no hagan nada por evitar
su ruina, por impedir que otros lo lastimen tanto? Luego me entero de que hace
pocos meses, los mandatarios de Toledo, desde donde nos rigen, han decidido
proteger aquello mediante una declaración de Bien de Interés Cultural. Y yo me
pregunto: ¿Qué van a proteger, si está ya todo destruido? Todo por el suelo, partido, desbaratado, sin
sangre ya. Estoy como si me hubieran arrancado una parte de mi vida, de mis
recuerdos, de mi infancia. Y cuando te quitan eso, muy poco queda para seguir
con ganas.
GRACIA IGLESIAS
Villaflores
Ya no queda esperanza, ni palomas,
volaron con el último suspiro,
se llevaron el alma y la memoria.
Hoy solo hay un cadáver de ladrillo.
Ya no zurea el viento en los postigos
del poblado que hubiera en la Galiana,
ya no quedan palabras ni testigos,
ya no queda un presente, ni un mañana.
Villaflores oculta su tristeza
bajo un manto de hojas otoñales,
mientras la luz esconde su pereza
descalza de verano y de trigales.
Ya no quedan palomas. Ni esperanza.
VICENTE MORATILLA
Despoblado de Villaflores
No son ruinas,
que las ruinas sí son bellas cuando
el tiempo
ha esparcido a su tiempo
los despojos;
son escombros
de bestias camufladas,
y asesinos del arte y del trabajo,
restos de festín de un aquelarre ,
y abandono de gente enchaquetada
que se ocupa tan solo de lo suyo,
de lo de todos, nada.
Poco queda de tu docta arquitectura
- celebro no estés ya para sufrirlo -
tanto empeño puesto en su dibujo,
tanto mimo en azulejos y ladrillos
son ahora soledad,
cementerio vacío.
Pasará el tiempo
y la encina
tenaz
y el aire fresco
ocuparán pronto el espacio arrebatado,
mañana sólo quedará el olvido.
FRANCISCO DE QUEVEDO (Poema propuesto por Dolores Alarcón)
Miré los muros de la patria mía
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
CARMEN NIÑO
Poblado destronado
No lo conocí en mi infancia,
ni confeccioné
juegos de niños
viendo volar las palomas.
¡Hermoso debió ser en un tiempo!
Hoy está destronado como un rey,
abandonado por sus vasallos.
Solitario entre la maleza
se le antoja conservar algún vestigio
de lo que un
día fue su esplendor
ya no tiene ni una espada para luchar,
contra pintadas, hogueras y derrumbes.
Ya no escucha cada mañana el despertar
de las palomas, ni a los niños en la calle.
Las campanas callaron para siempre.
Se agotaron las semillas para el campo.
Sin embargo espera el beso,
que le devuelva luz a su arquitectura.
A la naturaleza que le brinde una flor.
Cantos, risas, palomar de ilusiones,
un poema.
JAVIER DELGADO
La muerte ahora (Elegía del Poblado de
Villaflores)
Dónde la luz en el alto páramo,
La humana luz por los casares…
Fue la desidiosa muerte
a laborar ladrillos
de lentitud irredenta.
Dio fuego al arquitrabe,
terme a la madera,
tierra cocida al polvo,
hielo,
piedra.
Inútil mano de arquitecto,
pasión de velazqueño dibujo,
trazo de tiza en el agua.
Erguido aleph en consunción culpable:
Quién pudo parar su público reloj,
no su muerte,
ahora.
¡Hay un sinsentido de espléndidos mares de cebada
en las encinas taladas!
¡De veranos trigales,
nevadas de aceite,
prez dominical a campanadas
por las perdidas fuentes.
Rebaños de ida y vuelta a su límite
de cárcavas profundísimas de sangre!
Pero la muerte ahora,
sin tejados,
alquería de plumas
paramera,
consuelo de tomillar
en costrones blancos
y abrojos ladrones de luz.
Final: Un columbario cadáver
cerrando el círculo de piedras pared,
deshabitado domo
y faro de amaneceres otros…
y de la muerte,
ahora,
de arquitectónicos zureos.
Fotografías de Javier Delgado
JESÚS
APARICIO GONZÁLEZ
Tejas abajo
Mira cúpula y arcos destrozados,
desmoronados sobre el tiempo huido.
Mira humedad y polvo en las maderas,
astilladas, partidas de abandono.
Mira crecer la yedra en las paredes,
agrietando de ausencias el futuro.
Mira en el centro plásticos, cenizas
de una fiesta apagada hace ya siglos.
Mira en un rincón cristales rotos,
restos de soledad embotellada.
desmoronados sobre el tiempo huido.
Mira humedad y polvo en las maderas,
astilladas, partidas de abandono.
Mira crecer la yedra en las paredes,
agrietando de ausencias el futuro.
Mira en el centro plásticos, cenizas
de una fiesta apagada hace ya siglos.
Mira en un rincón cristales rotos,
restos de soledad embotellada.
Pero mira también que algo se cría,
algo se mueve y pide pan piando:
tejas abajo, entre los escombros,
aún conservan su nido unos pájaros.
algo se mueve y pide pan piando:
tejas abajo, entre los escombros,
aún conservan su nido unos pájaros.
Ricardo
Velázquez Bosco (Burgos,
21 de marzo 1843 – Madrid, 31 de julio de 1923)
Descubrir la
obra arquitectónica de Velázquez Bosco no es el objetivo de una publicación de
poesía.
Basta con consultar
cualquier biografía suya para contemplar la importancia de sus proyectos y la
belleza contenida en ellos.
Adjuntamos una
breve reseña para dejar constancia de su
trayectoria como dibujante, arqueólogo, restaurador o arquitecto.
Su obra en
Guadalajara es, creemos, sobradamente conocida. Fundamentalmente la que llevó a
cabo de la mano de la Condesa
de la Vega del
Pozo.
Sin embargo
queremos destacar algo que en esta ciudad es fundamental y es que Velázquez
Bosco es el autor de dos hitos que representan desde hace tiempo a Guadalajara
: El Panteón de la Condesa
y el Palomar de Villaflores.
Esta dos
imágenes van ya, creemos, junto al Palacio del Infantado, unidas a la ciudad de
Guadalajara.
Guadalajara y
Velázquez Bosco son dos nombres que quedan ya unidos por la historia.
No entendemos,
al igual que otros muchos foros de opinión que algo que ha dado a una ciudad
sus señas de identidad esté relegado al olvido y a la ruina.
Alguien debe
hacer algo al respecto.
Nosotros
hacemos poesía y denuncia de una dejadez imperdonable.
Algunas de sus obras
más conocidas
Pabellón
para la Exposición Nacional
de Minería de 1883,
conocido como Palacio de Velázquez en el Parque del Retiro de Madrid (1881-1883), junto al ingeniero Alberto del Palacio y el ceramista Daniel Zuloaga (tío del pintor Ignacio Zuloaga).
Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas de Madrid (1884-1893). Es de planta rectangular, y consta de dos
pisos. Su espacio está articulado en torno a un patio central. La fachada está
decorada con cerámicas obra de Daniel Zuloaga. Está compuesta por cuerpos
exteriores en las esquinas y uno central, con friso y pórtico.
Estufa
para la Exposición de Filipinas de 1887, conocido como Palacio de Cristal en el Parque del Retiro de Madrid (1887), junto
al ingeniero Alberto del Palacio y el ceramista Daniel Zuloaga.
Ministerio de
Fomento (actual sede del
Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino) (1893-1897). Se trata de
un edificio de planta rectangular, con dos patios interiores cubiertos mediante
los que se articula el espacio interior. La fachada sigue el estilo
característico de Velázquez Bosco, con un pórtico de ocho columnas
pareadas con friso culminado por un grupo escultórico; junto al ceramista
Daniel Zuloaga.
Nacional
de Sordomudos y Ciegos de Madrid, actual sede del Centro
Superior de Estudios para la Defensa, CESEDEN (1898).
Otras
obras fueron:
Reconstrucción
de la fachada occidental del Casón del Buen Retiro, para la que proyectó
un pórtico en la parte central de la fachada con pilastras y frontón. Palacio
de Gamazo (Madrid).
Edificio
del Consejo de Minería (Madrid).Escuela de Ciegos y Sordomudos de Santiago de Compostela (1905-1920), que en 1986 fue reformada como edificio de
servicios administrativos de la
Xunta de Galicia
Como
restaurador, trabajó en la Mezquita de Córdoba, la Catedral de León y el Monasterio de La Rábida.
Fachada de la Casa Velázquez del Retiro
Casón del Buen Retiro
Fachada del Ministerio de Fomento –hoy antiguo
Ministerio de Agricultura-
Panteón de la Duquesa de Sevillano en Guadalajara.
|
Palacio de Cristal. Parque del Retiro
Montaje de Jorge Mato sobre la histórica imagen de
los habitantes del poblado de Villaflores, posiblemente reunidos en torno a la
condesa de la Vega del Pozo y duquesa de Sevillano en el centro de la
fotografía.
Alguna vez hubo vida en Villaflores A la muerte
de la condesa en Burdeos en 1916, sus bienes en Francia fueron pignorados por
el gobierno francés y, en España, gran parte de ellos fueron a caer a personas
que aducían ser sus familiares. Entre ellos estaba el conde de Romanones que se
hizo con el poblado de Villaflores y las grandes fincas de labor en las
cercanías de Horche. Así se escribe la historia de las ruinas. Primero se van
sus gentes y después lo edificios se hunden por las cabezas. Como casi todos
los seres vivos. Por el tejado.
Uno de nuestros contertulios, Vicente Moratilla,
siendo joven maestro acudió a impartir clases a Villaflores. Todavía había en
los años sesenta niños en edad escolar. No hace tanto que la vida se empeñaba
en seguir aferrada a sus nobles muros.
Muchas de las personas que aparecen en esta
fotografía ya nos han abandonado pero su recuerdo queda todavía en los archivos
de Horche.
Las gentes sensibles –como los poetas- no podemos
seguir siendo espectadores del desplome de estas ruinas. Todo lo que hagamos
por que trascienda esta desdicha para Guadalajara no será en vano. Alguien
tendrá que reaccionar.
Agradecidos a quienes hacen posible nuestra publicación:
Dublin House Aache Ediciones, Laura Domínguez y el Casino
Principal nos ayudan a seguir haciendo poesía. Tampoco olvidamos a nuestros amigos que colaboran con
sus aportaciones y por supuesto a los miembros de la Tertulia que mes a mes
abonan sus cuotas y hacen más llevadera nuestra mínima autogestión.
Todo sea por no
quedarnos quietos. Eso.
Para todos los
que queráis números atrasados de nuestro fanzine, DISCOPI Cuesta del Matadero,
17 en Guadalajara.
Nuestro
blog es di-versos-guada.blogspot.com
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