DIVERSOS
84. TERTULIA POÉTICA GUADALAJARA agosto de 2015
Quién
dijo que el camino iba a ser fácil…
Cuando empezamos nuestra aventura literaria creímos
que la poesía era una senda cómoda de transitar. La verdad es que, tanto a
nivel personal como en lo colectivo, el camino es la prueba más clara de que
existe el más allá. Porque, a ver, ¿qué hacemos dándole a la matraca si no
estamos creyendo que el paraíso de los bardos está al final de los renglones por escribir?
El destino parece estar reservado para los
cabezones poetas que queremos que los demás seres nos comulguen y mascullen eso
de: <jó qué profundo es este pavo>
Nos pasamos los días mirando nubes y
estrellas; recordando aquella niña de trenzas rubias o al morenito de
bigote tipo Errol Flint, añorando el verdor del prado y la inmensidad de Dios.
Un lecho de sinsabores y de distancias es lo
que tenemos delante de nosotros… ¡pero es tan bonito!
JLGR Fotografía del autor del
texto anterior en un tramo del Camino de Santiago.
JORGE MATO
Miro al espejo
que me mira
y no me reconozco
en la mirada gris que me devuelve.
¿Dónde guardan y quién
el tiempo ya gastado?
Todos los tiempos muertos
son una eternidad que se ha perdido.
¿Quién se ha quedado
el tiempo que no encuentro
en la mirada gris
de aquel espejo?
Ilustración Jorge Mato
La caja mágica
Como cada día, cuando el sueño se apodera de
sus fuerzas, apagó el televisor desde la cama.
Algo no habitual ocurrió esa noche que le hizo apretar
de nuevo la tecla de encendido. Todo había quedado a oscuras a su alrededor al
mismo tiempo que la pantalla.
Al encender el televisor apareció de nuevo su
entorno.
Supuso que había sido una broma de su vista ya
cansada por la edad.
Volvió a oprimir el botón de apagado y una vez
más todo lo visible desapareció.
Lo que fue sorpresa inicial viró a susto tras
probar reiteradas veces la operación de apagado encendido.
Aquello no tenía explicación para él o, al
menos, no tenía explicación sencilla.
Rendido tras una noche de insomnio y
especulaciones se durmió por fin con el aparato de televisión en
funcionamiento.
Cuando despertó, ya muy avanzada la mañana, el
sol en lo alto y las calles con su bullicio habitual penetrando por la ventana,
tuvo grandes dudas sobre lo que debía hacer con el mando a distancia aún en su
mano y al que se agarraba obsesivamente.
Aunque con miedo, lo utilizó una vez más y una
vez más, para su estupor, el mundo desapareció ante sus ojos.
No había habitación, ni cama, ni calle, ni ventana,
ni bullicio ni tan siquiera aparato de televisión.
Entre lágrimas, oprimió con ansia el mando
haciendo que surgiera ante sus ojos la vida, su pequeña vida.
Algo extraño, sin embargo, había ocurrido. Una
sensación rara como de tirantez en la piel le hizo dirigirse al espejo del
cuarto de baño.
No cayó en la cuenta en un principio al ver su
cara, pero, de repente se percató de que aquel rostro era el de alguien más viejo
que la imagen que tenía de sí mismo cada mañana al verse reflejado.
Un estremecimiento de espanto le recorrió
cuando al repetir la operación de apagado encendido y mirarse con miedo en el
espejo, pudo contemplar cómo el nuevo rostro que apareció era aún más viejo y
arrugado que la primera vez.
Hoy, varios días después, sentado en el suelo,
en un rincón del dormitorio, mira con temor la pantalla del televisor que le
ofrece programas de todo tipo sin
interrupción mientras, él lo sabe, sonríe irónicamente al contemplar ese
guiñapo de persona que es incapaz de
cerrar los ojos y que sostiene como un poseso entre sus manos un mando a
distancia.
CARMEN BRIS
Mar
del Norte
El mar tenía un velo de tristeza
bajo la tarde gris.
Llovía y los niños jugaban con
las conchas
que las olas cansadas les traían.
El cielo
se copiaba
sobre el agua
y también era gris.
Gaviotas blancas se mecían en el
viento
y a veces caían sobre el mar
en picado para pescar un pez.
Caminábamos sobre la arena
sin una meta ni un fin
solo errantes al borde de la playa
que también era gris.
Claude Monet. Las rocas,
marea baja. Óleo sobre lienzo
DANIEL VÁZQUEZ
Ruinas romanas de
Cáparra. Apunte de M. Arcusio (S. XVI)
Palabra de Rómulo
Augusto
Ruina y ceniza son oro y grandeza,
así la mano que lo contenía
tornada ya pálida, ósea y fría,
fútil sombra de la regia entereza.
A los palacios vence la maleza,
todo gran imperio el olvido cría,
sólo de polvo esta corona mía
perdurará en cada mortal cabeza.
Sordos sois ante aquel sabio de Éfeso
que riendo de la humana arrogancia
vio cuán efímera es la pompa externa.
Tiempo son siempre nuestra sangre y hueso
para que al día siga la fragancia
de una implacable noche sempiterna.
PAULINO APARICIO
La
tahona
Ir
a la panadería, vocación infantil de recados que llevaban a la onza de
chocolate, la merienda, la calle; el ritual infantil de las tardes de verano
atronadoras de moscas. Me estoy refiriendo a una tahona, no a ese lugar
abigarrado llamado super, donde el pan es poco creíble, y no sólo por convivir
con las ofertas, que también.
Voy
por pan en la mañana de junio. La tahona queda en una de las entradas de la
plaza, el único rincón donde la sombra tiene peso. Un calor concienzudo llamea
sobre el enlosado.
Soporto
mal el calor, y sin embargo, siempre me gustaron esos tonos azules y ocres del Mediterráneo: voz vieja de cañizo y
cielo; olor de arena y verano, como una siesta que nunca quise
dormir.
Esta
panadería que hay en Picanya (antes he dicho tahona, pero realmente tiene un
rotulo con la palabra forn), enlaza "en mejor”, porque tiene
en sus vitrinas bollos variados y seguramente suculentos, con aquellas
panaderías infantiles donde no quedaba nada dulce en el aire, que el dulce
siempre se nota mucho, y se deja coger con la nariz como una mariposa sin peso,
aunque no alimente, ni siquiera sepa, y
a veces produzca el rencor de lo excluido y remoto. Yo recuerdo una tienda que
llevaba de compañero al aceite porque el dueño tenía también una almazara, y el
pan iba cogiendo un suelo virgen que llegaba también al chocolate y a las
sardinillas: ultramarinos, coloniales, que yo veía desde mi estatura sumisa al
otro lado del mostrador.
−Señora
María, dos onzas de chocolate.
Una
para mi hermano y otra para mí; todo a mano, paredaño, peatonal, repartido y
diario, todo consumido al cuarto de hora o por ahí, sin remesas ni sobrantes.
La
señora María tenía una voz rezadora y arrastraba un poco los pies.
−¿Del
de siempre?
−Sí.
Chocolate
de gravera; lo que no mata engorda, pero aquello ni mataba ni engordaba. Se iba
tirando, que es la única forma de pedir pista para que un día nuevo cuajara su
clara, los huevos de entonces no tenían yema, o ésta se la comía el padre.
Veo tejados y paredes con moscas en ese soplo
pequeño y perplejo que me visita, veo las calles de tierra, el regado fecal de
las mulas, el azul del cielo como una piedra sin ruido... Me he escapado
durante unos instantes a los pantalones cortos y a los juegos infinitos.
La
panadería de Picanya está llena de mujeres y tengo que esperar mi vez mientras
que, con los ojos, voy comiéndolo todo, que eso no engorda, o por lo menos no
me engorda a mí, aunque tampoco esconda sacarle malas punterías de ese lugar
donde el apetito almacena iras y frustraciones. Compro una barra de pueblo que
es, como una barra de capital pintada en caliente de harina, y siento un poco
el vaho de la harina, su niebla mansa, la nube de polvo y tamiz, de artesanía y aceña, en esa inmediatez gloriosa
que tiene el pan, muriéndose enseguida por las puertas del tiempo, como una
flor diaria.
En
mi edad infantil, el horno era paredaño del lavadero y la escuela, las dos
cosas valían como higiene: limpiar los trapos sucios y enseñar los quebrados a
niños que no iban a aprenderlos o que los olvidarían enseguida. Un empujón de
la puerta bastaba para entrar (me refiero al horno, la escuela tenía un código
más respetuoso que nadie se saltaba). Olía a leña de llama, y todo el
establecimiento tenía algo de cueva, de primitivo destello, de vida recolectada
en panes redondos, casi sacramentales; todavía no habían aparecido las barras;
pan de flama con menos coraje y muchísimo menos prestigio.
Me
gusta ir por pan, oler su llamada poderosa y gremial enlazando los años, que es
como enlazar sangres haciendo nudos hasta llegar al árbol último con las raíces
un poco acorchadas ya de repeticiones y
clavos en la pared que nadie quita. La tahona queda en una de las entradas de
la plaza, ya lo dije antes. Bajo con mi barra de pueblo por la calle de
Torrent.
JAVIER DELGADO
Arándanos
Desde la sombra
maternal,
desde los robles que
lloran
he subido a los
arándanos,
a su mítico dulzor de ninfa
escondida
y perla negra por
robar.
Destilado fruto
doliente,
terciopelo macerado
de sangre vinosa
en mi sudor,
como de cuerpo
ganado a las verdes
olas.
Cosecha improbable,
incierta,
a vueltas de atardecida
con mi solo dolor de
enfebrecida roca,
violento verbo,
historia por embridar
aún.
Acuarela de Javier
Delgado
JOSÉ LUIS GÓMEZ RECIO
Pintadas
sobre los restos del muro de Berlin
Desde los adoquines y los tranvías
la ciudad se teje de avispas
y muslos en bicicletas de romería.
Son campo abierto de tatuajes
y flores donde un día se abrieron
las jaulas de la Pandilla Basura
para enseñarnos moda.
Berlín de malditos escalones,
donde los colchones del rollito
se varean a nuevos aires del Este
la ciudad se teje de avispas
y muslos en bicicletas de romería.
Son campo abierto de tatuajes
y flores donde un día se abrieron
las jaulas de la Pandilla Basura
para enseñarnos moda.
Berlín de malditos escalones,
donde los colchones del rollito
se varean a nuevos aires del Este
Patio
alternativo
VICENTE
MORATILLA
Recuerdo con nitidez
la geografía de mi
barrio,
la del patio y la
plazuela
donde solía jugar,
y conservo aún los
rostros
de niños amigos
y de viejos singulares,
irrepetibles.
Aunque recuerdo calles
y
catedrales
se me van borrando
nombres y olores
de muchos lugares que
vi.
Oigo aún algunos ecos
de risas
y ojos llenos de
alegría
en despertares de
siesta,
pero se me va olvidando
el tacto de la última
piel.
Ahora procuro
no olvidarme de mí
pues presiento
que esta vez,
parado el aire,
inmóvil en el tiempo,
va ser esta la última
geografía;
la de mi cuerpo.
Juegos de niños. Norman
Rockwell
PABLO LLORENTE
Zumba la vida
La
chica con pasión danza,
con un volar de caderas.
La alegría de sus centros;
vuelan talles y melenas,
y unos ojos llameantes
encienden mi primavera.
Que yo me abraso en tus iris
que yo te quiero morena,
por la alegría en que vives,
zumba la vida en tus yemas.
ANTONIO COLINAS (Poeta traído a la tertulia por Lola
Alarcón)
Me he sentado en el centro del bosque a
respirar...
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración.
En la noche respiro la noche de la noche.
Respira el labio en labio el aire enamorado.
Boca puesta en la boca cerrada de secretos,
respiro con la sabia de los troncos talados,
y, como roca voy respirando el silencio
y, como las raíces negras, respiro azul
arriba en los ramajes de verdor rumoroso.
Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce
sombrío de mis venas toda la luz del mundo.
Y yo era un gran sol de luz que respiraba.
Pulmón el firmamento contenido en mi pecho
que inspira la luz y espira la sombra,
que recibe el día y desprende la noche,
que inspira la vida y espira la muerte.
Inspirar, espirar, respirar: la fusión
de contrarios, el círculo de perfecta consciencia.
Ebriedad de sentirse invadido por algo
sin color ni sustancia, y verse derrotado,
en un mundo visible, por esencia invisible.
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
Me he sentado en el centro del mundo a respirar.
Dormía sin soñar, mas soñaba profundo
y, al despertar, mis labios musitaban despacio
en la luz del aroma: «Aquel que lo conoce
se ha callado y quien habla ya no lo ha conocido».
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración.
En la noche respiro la noche de la noche.
Respira el labio en labio el aire enamorado.
Boca puesta en la boca cerrada de secretos,
respiro con la sabia de los troncos talados,
y, como roca voy respirando el silencio
y, como las raíces negras, respiro azul
arriba en los ramajes de verdor rumoroso.
Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce
sombrío de mis venas toda la luz del mundo.
Y yo era un gran sol de luz que respiraba.
Pulmón el firmamento contenido en mi pecho
que inspira la luz y espira la sombra,
que recibe el día y desprende la noche,
que inspira la vida y espira la muerte.
Inspirar, espirar, respirar: la fusión
de contrarios, el círculo de perfecta consciencia.
Ebriedad de sentirse invadido por algo
sin color ni sustancia, y verse derrotado,
en un mundo visible, por esencia invisible.
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
Me he sentado en el centro del mundo a respirar.
Dormía sin soñar, mas soñaba profundo
y, al despertar, mis labios musitaban despacio
en la luz del aroma: «Aquel que lo conoce
se ha callado y quien habla ya no lo ha conocido».
Antonio Colinas es un poeta, novelista, ensayista, traductor y periodista español que nació en La
Bañeza, León, el 30
de enero de 1946. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre
otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.
ALBERTO VALERO
¿Lo desconocido?
Nube gris, desgarrada en la consciencia,
cuánto diera en tener conocimiento,
de todo lo que guarda el inconsciente,
de la mente, en sus opacos rincones
por los cuartos que apuntan los placeres,
en los lienzos de inciertas fantasías.
Saber y conocer recuperando
baúles de recuerdos ya en olvido,
o ignorados sentidos despreciados,
en estantes con libros que se hacinan,
de autores que el mundo aún no conoce,
ideas que sin ser, se han rechazado,
contra hechos ocurridos, resonantes
que nadie vio, pues no quiso mirarlos,
y así se acalla el musitado grito,
o un lamento, cargando de ignorancia
los fusiles bastardos del desprecio.
Campanario
Vieja torre del pueblo de mi infancia,
donde puse en las grietas de tus piedras,
los sueños e ilusiones ya perdidas,
locos deseos que nunca se cumplieron.
Miradas entre ilusas y admiradas,
que se alzan a la cruz que te corona,
con ruegos por amores esperados,
que luego se volvieron humo vano.
Reloj que siempre miden mis esperas,
marcaste contra mí todas las horas,
haciendo el largo tiempo en corto espacio,
lo eterno sea breve y acabado.
Tus campanas esperan impacientes
repicar mi regreso cuando inerte,
ni te pida, ni sueñe, ni lo intente,
porque no habrá tiempo ya en tus saetas.
Ni la cruz me dirá dónde está el cielo.
Ni pondré más mi vista en tu belleza.
Ni tus piedras serán mi fortaleza.
Ni abriré el corazón a tus campanas.
Tal vez des esperanzas nuevamente,
Acuarela de Inmaculada Valero Cuellar
©
Tertulia Literaria, Asociación Cultural C/ Lope de Haro, 4 1º - Guadalajara
CIF
619302231
Esta
publicación aparece gracias a Aache Ediciones, Casino Principal, Dublin House,
Ecoaventura,
Animación, Turismo, Ocio y Tiempo Libre
y
Amigos del Archivo Histórico Provincial de Guadalajara
di-versos-guada.blogspot.com
Números
atrasados
COPIPLUS,
Condesa de la Vega del Pozo, 3. Guadalajara.
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