lunes, 18 de agosto de 2014

DIVERSOS 26

DIVERSOS
26.  TERTULIA POÉTICA DEL CAFÉ LICEO GUADALAJARA    julio 2014


SILVIA (Paulino Aparicio)
     Era la “guía local”. No sabía cómo se llamaba (luego me dijeron que Silví). Si la menciono como Silvia es por dejar sellado lo que de cercanía encontré en afectos comunes: la tierra y los tejados de una ciudad, el latir de sus ojos, esa atadura tierna del espacio aprendido; más ella que yo (eso pensé y sigo pensando).
Era muy flaca. Mostraba un castellano teñido a gotas. La miré, tenía      –me parece ahora no entonces, en que yo soñaba con llegar al hotel para dejar el día en el desolladero–, un gesto de no marchar apresurada. Podría emparentar eso que es tan difuso probablemente, con un adagio. Omito nombres, sólo la lentitud de la música escuchada  en invierno… Quizá el paisaje de Suiza tenga que ver con esta  percepción. Durante el viaje miré rostros parecidos o quise encontrarlos. La cantidad de lluvia o el sol que  habilita el puro gesto, son su sustancia. El alma copia tanto de lo que a su lado camina…
            En un momento hablamos, era el trayecto de después de la comida, solos en una calle de Chamonix a la que no consigo poner estampas, camino del autocar, esperando que llegase alguien que, quién sabe, igual se había retrasado a propósito. Nada extraordinario, ocurre en todos los tour. Luego la guía visitante regaña un poco y vamos a cenar.   
            —¿De qué parte de España?- preguntó
            —De Guadalajara -dije
            No suelen hacerlo las “guías locales”, y tampoco las visitantes; las que nos levantan tan a la mañana.
            Habló de Sigüenza con tanta ternura que me pareció que la tocaba. Una infancia de veranos que en un instante viajan… Conozco esa delicia de que un olor, un nombre, te saquen media vida de algún pozo sellado: el silencio de la harina cuando acudía al horno de las travesañas, y el fuego de  leña ponía en la masa cortezas calientes y una fragancia fugitiva... “Amor entre los brazos de un verano”.          
            «Me llamaban la sueca.»  No es rubia. Tiene la cara dócil. Su castellano enseña amor y regañinas de una abuela que vivía en Sigüenza.
            Veranos atrás, sólo unas calles de tiempo: niña entre la plaza porticada. El castillo maltrecho que luego sería parador al borde del pinar. Una calle donde ponen la fruta y hay comercios de telas. La pastelería que da a la alameda: pezuñas y yemas envueltas en un papel que tiene sigilo de convento. El Florida, donde una noche canto Julio Iglesias en la prehistoria de su fama…
            ¡Sigüenza! Color dorado con la catedral-fortaleza saliendo de una curva según se viene por la cuesta de Mandayona. 
            No sé por qué caminos rodó el agua de la “ciudad mitrada” hasta Suiza, ni por qué otros, hoy, después de bajar  del Aiguille du Midi, hable con la guía local de cosas que los dos queremos en un lugar tan lejano a donde se encuentran.
            Cuando llegamos a Ginebra se despidió. La vi bajar de autocar y  perderse en la calle. Es probable que uno de los saludos que dejó su mano fuera para Sigüenza.


NOTA: Viene este texto que ni pintiparado para estas fechas de turbamulta, a la búsqueda y captura de lugares donde asentar nuestras cabezas. La Tertulia de este último día de julio vale como un ejemplo de los prolegómenos de las vacaciones por excelencia. El encuentro con los poetas no echa el cierre por vacaciones aunque vea mermado el número de sus asistentes.


PAULINO APARICIO

Hay como una carne trémula de caracol pegado en un cristal,
ocurre todo en las arboledas de una luz que abre sus brazos.
La tierra todavía está mordida por lo negro y los pies desconfían,
luego la transición es constante. Palpa el rastrojo
un liviano murmullo rojizo que parece sobrenatural.
Todavía las luces y las sombras persiguen el destartalado encuentro.
Los caminos yerguen su estatura.
Una encina  parece totalmente lavada;
he tocado sus hojas de caballo dormido.  
Por  la llanura se ve Villaflores.
El palomar tiene la perfección redonda del infinito;
siempre fui amigo incondicional de este arquetipo.
De niño como juguete.
De mayor como ideal.
                         
Ya se puede ver la hora en el reloj.
                                    Son las seis y catorce minutos.



CARLOS BERNAL



Vieja Olma de Pareja











Los olmos
En tierras castellanas los arados
arañan la piel de arena reseca.

Olmos centenarios
acompañan a viejos olivares.
buscando nuevos horizontes.

La savia de ellos
corren por sus venas.

Tengo sed de  tierras
y no puedo caminar por ellas
ni sentir el calor en las plantas.

Olmos de castilla
os admiro.

Vosotros sois la presencia fija
de las arrugadas tierras.

Olivares dais el fruto que pisaremos.












Rumbo

Siento el tren que pasa puntual
cada quince minutos, todas las noches, y madrugadas.
Con qué tristeza, en la alcoba me mira la marioneta
que me regalaste hace tiempo.

Mi corazón lo devora la carcoma,
Igual que las aguas del mar
desgastan las duras rocas.
Mis manos hechas para acariciar tu cuerpo
concavidades, parpados, rojos labios
y ardientes pechos.

Fecundo con sangre todos los amores
y rompo los lazos más antiguos
que me unían a ti,
que no supe habitar el tiempo.

Nueva no es mi tristeza

Soledades que me has dado sin yo pedirlas
lo que ahora soy lo he sido siempre.

Las arrugas que surcan mi faz
no son de llorar
son profundas ojeras de soñar.




ALBERTO VALERO

Sueños pintados
  
Pinté mi vida sencilla, de sueños
extraídos del aire y libertades
y el tiempo profano, los borraba.

Ciegos sueños preñados de deseos,
no eran todos, pensados, meditados,
por eso fueronse como vinieron,
ingrávidos, a pesar de que han sido,
tan pocos los intentos conseguidos
y tantos imposibles malogrados.

Los pocos son pintados de colores
de extractos de los hierros bien forjados,
que entramaran los sueños calculados,
con pinceles de cerdas de caballo.
Los muchos los borrados, fueran tonos
de tan solo un matiz imaginario,

solo fueron deseos mal pensados,
exentos de algún plan elaborado.
Mas los pocos, los buenos los logrados,
los abrazo, los gozo, vivo en ellos,
con celo los protejo en una caja
repujada en dibujos satisfechos.

Otros, los que no sé… donde quedaron,
estarán a la caja oscura del destierro.

Rubén Cukier. Pintar los sueños




VICENTE MORATILLA

Boeing 777

Cincuenta, cien, doscientas,
doscientas una,
doscientas noventa y ocho
personas mirándose a la vez,
en un torbellino de espanto,
muriéndose a la vez sin razón,
precipitándose apretados al vacío
en un desesperado, último abrazo.
un misil con cara oculta
entre pliegos de oficina,
ha deshecho los caminos de la risa,
los de las caricias,
ha roto los cuerpos de los niños
ha roto los cuerpos de los viejos
ha roto los de los padres y madres
que ya no se amarán más
que no jugarán más con sus hijos
-ahora entre sangre y chatarra-
Mientras que ilustres indecentes
van cerrando el acto
muy educadamente eso sí,
                                                         entre  canapés variados.


JAVIER DELGADO
           
Julio

Siempre llega
una marca un día
de sonidos sordos,
no un cálido fulgor estacional.

Alguien escupe las razones
de una repugnante niebla
bajo los geranios, aire sucio.
Llega hasta el mar.

Más. La improbable cuneta de orquídeas
y no saber de carreteras.

Es verdad, era eso el desierto,
Niebla urgente, niebla de palmeras en el pasillo.

Y todas las cartas marcadas.
Un vacío metálico, alto y denso,
perdonará palomas
pasado mañana.

Y la espantada de angustia.
El fétido olor de la calle rota. Amenazados,
pequeños ojos negros huirán la niebla.

Definitivamente, hemos muerto.
                                                        Voy a dejar mi cadáver en la repisa. 



PABLO LLORENTE

Bella mujer soñada
(Homenaje a Miguel Hernández)

Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos
Que son dos hormigueros solitarios

”Imagen de tu huella”

Mi boca, sin tu boca, no es mi boca,
pierde el coraje, sufre y desfallece.

Mi piel, sin tu sentir, no tiene tacto,
es un áspero erial jamás hollado.

Mi corazón , sin el tuyo agoniza,
no tiene referencia ni sentido.

Mi mente, sin tu ánimo, pierde el rumbo,
es desierto sin Norte y sin frontera.

Mi existencia, sin la tuya, es ruinosa,
llena de soledades y certezas.

Bella mujer soñada, entre quimeras
                                                         escondida. Sin tí, yo soy la Nada



GRACIA IGLESIAS
Travesía.

 Del libro “Distintos métodos para hacer elefantes”

Pudieran las pisadas despegarse del suelo,
volverse mariposas y formar bandadas
para bailar en la respiración de los molinos.

Ascenderían libres dejándonos atrás en estos cuerpos de muñeco roto.
Recorrerían solas la distancia que forjamos con cada no-se-puede.

Aprenderían idiomas cifrados
y olvidarían el camino de vuelta a nuestros pies.

Luego serían peces o reptiles
o piedras
para aplaudir al río.

Cruzarían el mar y llegarían nadando al Polo Norte.

Darían sin nosotros varias vueltas al mundo.

Escalarían montes que no están en los mapas,
donde el sol se protege de las otras estrellas.

Y un día,
pasados muchos años,
le dirían al viento que las trajera a casa.
Llegarían sin ruido en caballos de lluvia
y nos dirían “vamos, es tu turno”.



JORGE MATO
Del haikú a la reflexión pre-greguería

Un libro abierto
Sombras de mariposas
Sobre sus líneas

Cuando leemos, nuestros ojos
proyectan sobre las líneas
sombras de mariposas
Desde la torre
Los relojes nos miran
Vigila el tiempo
Los relojes de las torres son
los ojos del tiempo que nos vigilan
a la espera de algo.
El rascacielos
Cuando pasan las nubes
Se mueve lento
Cuando vemos pasar las nubes
Tras de los edificios, estos se
Vuelven ligeros y parecen que caminan.
Una pequeña masa de vapor de agua
Moviendo una enorme y pesada
Masa de hormigón y ladrillos.
Rebuzna el asno
Sonido de otro tiempo
Vibran los campos
El rebuzno del asno está oxidado
Hay que engrasarlo
Con caricias y hierba fresca.
Como un gusano
El tren sale del túnel
Dragón moderno
Cuando los trenes de vapor
Salían de un túnel se disfrazaban
De dragones humeantes para asustar
A los niños y a los campesinos
Que cuidaban las huertas
Al borde de las vías.
Luego se alejaban soltando una
Enorme carcajada por el silbato
De su máquina.






JOSÉ LUIS GÓMEZ RECIO


Lejos, en la infancia de Salgari,
los bucaneros afilaban
sus ganchos de manco
al agüita de las clepsidras.

En la fachada de mi juventud,
los relojes de sol de los cuerpos
jugaban idas y venidas de yuntas
a beber al pilón de piedra y baba.

Ahora, en la calma veraniega,
es desierto fuera de mis ojos.
Caen los granos de arena
del reloj que marca lo vivido.

Así pasan mis recuerdos con puntillas
que buscan relato o libro que escribir
y acaban en carpetas
de goma blanda que ya no estira.

Yo, mercader de los amores
que oreo y sacudo a la vista de todos,
voy tirando por la borda
los relojes que cuentan la resta.

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