viernes, 28 de agosto de 2015

DIVERSOS 84

DIVERSOS

84. TERTULIA POÉTICA GUADALAJARA agosto de 2015


Quién dijo que el camino iba a ser fácil…

Cuando empezamos nuestra aventura literaria creímos que la poesía era una senda cómoda de transitar. La verdad es que, tanto a nivel personal como en lo colectivo, el camino es la prueba más clara de que existe el más allá. Porque, a ver, ¿qué hacemos dándole a la matraca si no estamos creyendo que el paraíso de los bardos  está al final de los renglones por escribir?
El destino parece estar reservado para los cabezones poetas que queremos que los demás seres nos comulguen y mascullen eso de: <jó qué profundo es este pavo>
Nos pasamos los días mirando  nubes y  estrellas; recordando aquella niña de trenzas rubias o al morenito de bigote tipo Errol Flint, añorando el verdor del prado y la inmensidad de Dios. 
Un lecho de sinsabores y de distancias es lo que tenemos delante de nosotros… ¡pero es tan bonito!  
JLGR Fotografía del autor del texto anterior en un tramo del Camino de Santiago.

JORGE MATO

Miro al espejo
                       que me mira
y no me reconozco
en la mirada gris que me devuelve.
¿Dónde guardan y quién
el tiempo ya gastado?
Todos los tiempos muertos
son una eternidad que se ha perdido.

¿Quién se ha quedado
el tiempo que no encuentro
en la mirada gris
de aquel espejo?


Ilustración Jorge Mato


La caja mágica

Como cada día, cuando el sueño se apodera de sus fuerzas, apagó el televisor desde la cama.
Algo no habitual ocurrió esa noche que le hizo apretar de nuevo la tecla de encendido. Todo había quedado a oscuras a su alrededor al mismo tiempo que la pantalla.
Al encender el televisor apareció de nuevo su entorno.
Supuso que había sido una broma de su vista ya cansada por la edad.
Volvió a oprimir el botón de apagado y una vez más todo lo visible desapareció.
Lo que fue sorpresa inicial viró a susto tras probar reiteradas veces la operación de apagado encendido.
Aquello no tenía explicación para él o, al menos, no tenía explicación sencilla.
Rendido tras una noche de insomnio y especulaciones se durmió por fin con el aparato de televisión en funcionamiento.
Cuando despertó, ya muy avanzada la mañana, el sol en lo alto y las calles con su bullicio habitual penetrando por la ventana, tuvo grandes dudas sobre lo que debía hacer con el mando a distancia aún en su mano y al que se agarraba obsesivamente.
Aunque con miedo, lo utilizó una vez más y una vez más, para su estupor, el mundo desapareció ante sus ojos.
No había habitación, ni cama, ni calle, ni ventana, ni bullicio ni tan siquiera aparato de televisión.
Entre lágrimas, oprimió con ansia el mando haciendo que surgiera ante sus ojos la vida, su pequeña vida.
Algo extraño, sin embargo, había ocurrido. Una sensación rara como de tirantez en la piel le hizo dirigirse al espejo del cuarto de baño.
No cayó en la cuenta en un principio al ver su cara, pero, de repente se percató de que aquel rostro era el de alguien más viejo que la imagen que tenía de sí mismo cada mañana al verse reflejado.
Un estremecimiento de espanto le recorrió cuando al repetir la operación de apagado encendido y mirarse con miedo en el espejo, pudo contemplar cómo el nuevo rostro que apareció era aún más viejo y arrugado que la primera vez.
Hoy, varios días después, sentado en el suelo, en un rincón del dormitorio, mira con temor la pantalla del televisor que le ofrece programas  de todo tipo sin interrupción mientras, él lo sabe, sonríe irónicamente al contemplar ese guiñapo de persona que es incapaz  de cerrar los ojos y que sostiene como un poseso entre sus manos un mando a distancia.



CARMEN BRIS

Mar del Norte

El mar tenía un velo de tristeza
bajo la tarde gris.
Llovía y los niños jugaban con
las conchas
que las olas cansadas les traían.
El cielo
se copiaba  sobre el agua
y también era gris.
Gaviotas blancas se mecían en el
viento
y a veces caían sobre el mar
en picado para pescar un pez.
Caminábamos sobre la arena
sin una meta ni un fin
solo errantes al borde de la playa
que también era gris.


Claude Monet. Las rocas, marea baja. Óleo sobre lienzo



DANIEL VÁZQUEZ


Ruinas romanas de Cáparra. Apunte de M. Arcusio (S. XVI)

  Palabra de Rómulo Augusto 

Ruina y ceniza son oro y grandeza,
así la mano que lo contenía
tornada ya pálida, ósea y fría,
fútil sombra de la regia entereza.

A los palacios vence la maleza,
todo gran imperio el olvido cría,
sólo de polvo esta corona mía
perdurará en cada mortal cabeza.

Sordos sois ante aquel sabio de Éfeso
que riendo de la humana arrogancia
vio cuán efímera es la pompa externa.

Tiempo son siempre nuestra sangre y hueso
para que al día siga la fragancia
de una implacable noche sempiterna.

  

PAULINO APARICIO
  
La tahona

            Ir a la panadería, vocación infantil de recados que llevaban a la onza de chocolate, la merienda, la calle; el ritual infantil de las tardes de verano atronadoras de moscas. Me estoy refiriendo a una tahona, no a ese lugar abigarrado llamado super, donde el pan es poco creíble, y no sólo por convivir con las ofertas, que también.

            Voy por pan en la mañana de junio. La tahona queda en una de las entradas de la plaza, el único rincón donde la sombra tiene peso. Un calor concienzudo llamea sobre el enlosado.
            Soporto mal el calor, y sin embargo, siempre me gustaron esos tonos azules y ocres  del Mediterráneo: voz vieja de cañizo y cielo; olor de  arena y  verano, como una siesta que nunca quise dormir.

            Esta panadería que hay en Picanya (antes he dicho tahona, pero realmente tiene un rotulo  con la palabra  forn), enlaza "en mejor”, porque tiene en sus vitrinas bollos variados y seguramente suculentos, con aquellas panaderías infantiles donde no quedaba nada dulce en el aire, que el dulce siempre se nota mucho, y se deja coger con la nariz como una mariposa sin peso, aunque no alimente, ni  siquiera sepa, y a veces produzca el rencor de lo excluido y remoto. Yo recuerdo una tienda que llevaba de compañero al aceite porque el dueño tenía también una almazara, y el pan iba cogiendo un suelo virgen que llegaba también al chocolate y a las sardinillas: ultramarinos, coloniales, que yo veía desde mi estatura sumisa al otro lado del mostrador.
            −Señora María, dos onzas de chocolate.
            Una para mi hermano y otra para mí; todo a mano, paredaño, peatonal, repartido y diario, todo consumido al cuarto de hora o por ahí, sin remesas ni sobrantes.
            La señora María tenía una voz rezadora y arrastraba un poco los pies.
            −¿Del de siempre?
            −Sí.
            Chocolate de gravera; lo que no mata engorda, pero aquello ni mataba ni engordaba. Se iba tirando, que es la única forma de pedir pista para que un día nuevo cuajara su clara, los huevos de entonces no tenían yema, o ésta se la comía el padre.



Veo tejados y paredes con moscas en ese soplo pequeño y perplejo que me visita, veo las calles de tierra, el regado fecal de las mulas, el azul del cielo como una piedra sin ruido... Me he escapado durante unos instantes a los pantalones cortos y a los juegos infinitos.

            La panadería de Picanya está llena de mujeres y tengo que esperar mi vez mientras que, con los ojos, voy comiéndolo todo, que eso no engorda, o por lo menos no me engorda a mí, aunque tampoco esconda sacarle malas punterías de ese lugar donde el apetito almacena iras y frustraciones. Compro una barra de pueblo que es, como una barra de capital pintada en caliente de harina, y siento un poco el vaho de la harina, su niebla mansa, la nube de polvo y tamiz, de  artesanía y aceña, en esa inmediatez gloriosa que tiene el pan, muriéndose enseguida por las puertas del tiempo, como una flor diaria.

            En mi edad infantil, el horno era paredaño del lavadero y la escuela, las dos cosas valían como higiene: limpiar los trapos sucios y enseñar los quebrados a niños que no iban a aprenderlos o que los olvidarían enseguida. Un empujón de la puerta bastaba para entrar (me refiero al horno, la escuela tenía un código más respetuoso que nadie se saltaba). Olía a leña de llama, y todo el establecimiento tenía algo de cueva, de primitivo destello, de vida recolectada en panes redondos, casi sacramentales; todavía no habían aparecido las barras; pan de flama con menos coraje y muchísimo menos prestigio.

            Me gusta ir por pan, oler su llamada poderosa y gremial enlazando los años, que es como enlazar sangres haciendo nudos hasta llegar al árbol último con las raíces un poco acorchadas ya de  repeticiones y clavos en la pared que nadie quita. La tahona queda en una de las entradas de la plaza, ya lo dije antes. Bajo con mi barra de pueblo por la calle de Torrent. 




JAVIER DELGADO



Arándanos 

Desde la sombra maternal,
desde los robles que lloran
he subido a los arándanos,
a su mítico dulzor de ninfa escondida
y perla negra por robar.

Destilado fruto doliente,
terciopelo macerado
de sangre vinosa
en mi sudor,
como de cuerpo
ganado a las verdes olas.

Cosecha improbable,
incierta,
a vueltas de atardecida
con mi solo dolor de enfebrecida roca,
violento verbo,
historia por embridar aún.

Acuarela de Javier Delgado

JOSÉ LUIS GÓMEZ RECIO 


Pintadas sobre los restos del muro de Berlin

 Desde los adoquines y los tranvías
 la ciudad se teje de avispas
 y muslos en bicicletas de romería.

 Son campo abierto de tatuajes
 y flores donde un día se abrieron
 las jaulas de la Pandilla Basura
 para enseñarnos moda.

 Berlín de malditos escalones,
 donde los colchones del rollito
 se varean a nuevos aires del Este

Patio alternativo

VICENTE MORATILLA
Recuerdo con nitidez
la geografía de mi barrio,
la del patio y la plazuela
donde solía jugar,
y conservo aún los rostros
de niños amigos
y de viejos singulares,
irrepetibles.

Aunque recuerdo calles y
catedrales
se me van borrando
nombres y olores
de muchos lugares que vi.

Oigo aún algunos ecos de risas
y ojos llenos de alegría
en despertares de siesta,
pero se me va olvidando
el tacto de la última piel.

Ahora procuro
no olvidarme de mí
pues presiento
que esta vez,
parado el aire,
inmóvil en el tiempo,
va ser esta la última geografía;
la de mi cuerpo.  


Juegos de niños. Norman Rockwell
           
PABLO LLORENTE



Zumba la vida 

  La chica con pasión danza,
con un volar de caderas.
La alegría de sus centros;
vuelan talles y melenas,
y unos ojos llameantes
encienden mi primavera.

   Que yo me abraso en tus iris
que yo te quiero morena,
por la alegría en que vives,
zumba la vida en tus yemas.


ANTONIO COLINAS (Poeta traído a la tertulia por Lola Alarcón)















Me he sentado en el centro del bosque a respirar...

Me he sentado en el centro del bosque a respirar. 
He respirado al lado del mar fuego de luz. 
Lento respira el mundo en mi respiración. 
En la noche respiro la noche de la noche. 
Respira el labio en labio el aire enamorado. 
Boca puesta en la boca cerrada de secretos, 
respiro con la sabia de los troncos talados, 
y, como roca voy respirando el silencio 
y, como las raíces negras, respiro azul 
arriba en los ramajes de verdor rumoroso. 
Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce 
sombrío de mis venas toda la luz del mundo. 
Y yo era un gran sol de luz que respiraba. 
Pulmón el firmamento contenido en mi pecho 
que inspira la luz y espira la sombra, 
que recibe el día y desprende la noche, 
que inspira la vida y espira la muerte. 
Inspirar, espirar, respirar: la fusión  
de contrarios, el círculo de perfecta consciencia. 
Ebriedad de sentirse invadido por algo 
sin color ni sustancia, y verse derrotado, 
en un mundo visible, por esencia invisible. 
Me he sentado en el centro del bosque a respirar. 
Me he sentado en el centro del mundo a respirar. 
Dormía sin soñar, mas soñaba profundo 
y, al despertar, mis labios musitaban despacio 
en la luz del aroma: «Aquel que lo conoce 
se ha callado y quien habla ya no lo ha conocido».

Antonio Colinas es un poeta, novelista, ensayista, traductor y periodista español que nació en La Bañeza, León, el 30 de enero de 1946. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.


 ALBERTO VALERO



¿Lo desconocido?

Nube gris, desgarrada en la consciencia,
cuánto diera en tener conocimiento,
de todo lo que guarda el inconsciente,
de la mente, en sus opacos rincones
por los cuartos que apuntan los placeres,
en los lienzos de inciertas fantasías.
Saber y conocer recuperando
baúles de recuerdos ya en olvido,
o ignorados sentidos despreciados,
en estantes con libros que se hacinan,
de autores que el mundo aún no conoce,
ideas que sin ser, se han rechazado,
contra hechos ocurridos, resonantes
que nadie vio, pues no quiso mirarlos,
y así se acalla el musitado grito,
o un lamento, cargando de ignorancia
los fusiles bastardos del desprecio.

  
Campanario

Vieja torre del pueblo de mi infancia,
donde puse en las grietas de tus piedras,
los sueños e ilusiones ya perdidas,
locos deseos que nunca se cumplieron.
Miradas entre ilusas y admiradas,
que se alzan a la cruz que te corona,
con ruegos por amores esperados,
que luego se volvieron humo vano.
Reloj que siempre miden mis esperas,
marcaste contra mí todas las horas,
haciendo el largo tiempo en corto espacio,
lo eterno sea breve y acabado.
Tus campanas esperan impacientes
repicar mi regreso cuando inerte,
ni te pida, ni sueñe, ni lo intente,
porque no habrá tiempo ya en tus saetas.
Ni la cruz me dirá dónde está el cielo.
Ni pondré más mi vista en tu belleza.
Ni tus piedras serán mi fortaleza.
Ni abriré el corazón a tus campanas.
Tal vez des esperanzas nuevamente,
A otro infante, que sueñe y sí lo intente.


                                                                   Acuarela de Inmaculada Valero Cuellar




















© Tertulia Literaria, Asociación Cultural C/ Lope de Haro, 4 1º - Guadalajara
CIF 619302231
Esta publicación aparece gracias a Aache Ediciones, Casino Principal, Dublin House,
Ecoaventura, Animación, Turismo, Ocio y Tiempo Libre
y Amigos del Archivo Histórico Provincial de Guadalajara

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Números atrasados
COPIPLUS, Condesa de la Vega del Pozo, 3. Guadalajara.